Salí de la tienda con la sensación de que había dado con la persona que me ensañaría no sólo a cantar, sino todo lo que debería saber en este momento de mi vida. Como si esta mujer hubiera sido ideada por el destino y empujada a mi encuentro, saliendo de un rincón del camino en el momento preciso en el que yo tenía que aprehender lo que hasta ahora era un secreto, un secreto para mí y para Ella. Algo casi inevitable y necesario para seguir viviendo, esta mujer iba a develarlo.
Y camine hasta mi casa bajo el sol del medio día, por primera vez las cuadras se me hacían interminables, veredas largas y pegajosas como mis reflexiones en ese momento, los pensamientos se movían de manera extraña, sin fuerzas como empalagados.
Cada paso era una idea, no tan rápida como pesada y llegar al final de la cuadra era redondear un concepto, tomar una decisión pero al empezar la cuadra siguiente todo perdía forma, se desbordaban los pensamiento abarcados. Mi cabeza era una gran confusión, las ideas se apelmazaban y yo podía sentir cómo los pensamientos ocupaban lugar en la mente.
El sol de ese medio día ya no era el mismo de siempre.
lunes, 29 de diciembre de 2008
lunes, 15 de diciembre de 2008
Ella... (let me in the blues) X
Las cosas en general escapan a mi control. Y si es así tengo que dejar que las cosas sean.
Sin juicio, sin valor, sin hacer trampa. Ella sabía muy bien hacer trampa, la mayoría de las veces yo no me daba cuenta, era su mayor habilidad.
Pero precisamente las trampas eran mis mayores obstáculos. Ella se entretenía enredando mis sentimientos, asfixiaba el placer, no dejaba que el deseo se desenvuelva ni dentro ni fuera de mi cuerpo. Las cosas no podían ser.
Había un lugar donde yo, de alguna manera si no podía controlarla a Ella, por lo menos escapaba de su control y ese lugar era la voz. Este espacio liberaba las distorsiones que tensionaban en el interior. La voz era tierra franca, era zona deliberada, lugar de nadie o de todos los que la escuchaban, era expresión y ya no tenía dueño, sobrepasaba todo tipo de control.
Me gustaba cantar, así que busqué alguien que supiera darme clases y conocí
a una mujer que tenía un negocio de telas a pocas cuadras de mi casa.
Había sido una bailarina de vodeville muy reconocida en su juventud pero su vida estaba llena de desilusiones y se fue oscureciendo hasta abandonarse en la soledad de sus cuarenta años y un cuerpo marchito por la luces del éxito. Ahora sólo se dedicaba a cantar y a enseñar técnicas de afinación en su casa donde vivía con la compañía de nueve gatos.
Y me entregó una tarjeta de presentación sostenida por una mano temblorosa llena de anillos. Su nombre era Leia Disna.
Sin juicio, sin valor, sin hacer trampa. Ella sabía muy bien hacer trampa, la mayoría de las veces yo no me daba cuenta, era su mayor habilidad.
Pero precisamente las trampas eran mis mayores obstáculos. Ella se entretenía enredando mis sentimientos, asfixiaba el placer, no dejaba que el deseo se desenvuelva ni dentro ni fuera de mi cuerpo. Las cosas no podían ser.
Había un lugar donde yo, de alguna manera si no podía controlarla a Ella, por lo menos escapaba de su control y ese lugar era la voz. Este espacio liberaba las distorsiones que tensionaban en el interior. La voz era tierra franca, era zona deliberada, lugar de nadie o de todos los que la escuchaban, era expresión y ya no tenía dueño, sobrepasaba todo tipo de control.
Me gustaba cantar, así que busqué alguien que supiera darme clases y conocí
a una mujer que tenía un negocio de telas a pocas cuadras de mi casa.
Había sido una bailarina de vodeville muy reconocida en su juventud pero su vida estaba llena de desilusiones y se fue oscureciendo hasta abandonarse en la soledad de sus cuarenta años y un cuerpo marchito por la luces del éxito. Ahora sólo se dedicaba a cantar y a enseñar técnicas de afinación en su casa donde vivía con la compañía de nueve gatos.
Y me entregó una tarjeta de presentación sostenida por una mano temblorosa llena de anillos. Su nombre era Leia Disna.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
I wish you where here -Pink Floyd
ASÍ QUE CREES QUE SABES DISTINGUIR
EL CIELO DEL INFIERNO
EL CIELO AZUL DEL DOLOR
¿SABES DISTINGUIR UN CAMPO VERDE
DE UN FRÍO RAÍL DE ACERO?
¿UNA SONRISA DE UN VELO?
¿CREES QUE PUEDES DISTINGUIR?
¿CONSIGUIERON HACERTE CAMBIAR
TUS HÉROES POR FANTASMAS?
¿CENIZAS ARDIENTES POR ÁRBOLES?
¿AIRE CALIENTE POR UNA BRISA FRESCA?
¿FRÍO CONFORT POR UN CAMBIO?
Y ¿CAMBIASTEUN PAPEL PRINCIPAL EN LA GUERRA
POR UN PAPEL PROTAGONISTA EN UNA JAULA?
OJALÁ, OJALÁ QUE ESTUVIERAS AQUÍ.
SOLO ÉRAMOS DOS ALMAS PERDIDAS
QUE NADAN EN UNA PECERA
AÑO TRAS AÑO
CORRIENDO SIEMPRE
SOBRE EL MISMO VIEJO CAMINO
¿QUE HEMOS ENCONTRADO?
LOS MISMOS MIEDOS DE SIEMPRE
OJALÁ QUE ESTUVIERAS AQUÍ.
A mi gran amiga Gala.
EL CIELO DEL INFIERNO
EL CIELO AZUL DEL DOLOR
¿SABES DISTINGUIR UN CAMPO VERDE
DE UN FRÍO RAÍL DE ACERO?
¿UNA SONRISA DE UN VELO?
¿CREES QUE PUEDES DISTINGUIR?
¿CONSIGUIERON HACERTE CAMBIAR
TUS HÉROES POR FANTASMAS?
¿CENIZAS ARDIENTES POR ÁRBOLES?
¿AIRE CALIENTE POR UNA BRISA FRESCA?
¿FRÍO CONFORT POR UN CAMBIO?
Y ¿CAMBIASTEUN PAPEL PRINCIPAL EN LA GUERRA
POR UN PAPEL PROTAGONISTA EN UNA JAULA?
OJALÁ, OJALÁ QUE ESTUVIERAS AQUÍ.
SOLO ÉRAMOS DOS ALMAS PERDIDAS
QUE NADAN EN UNA PECERA
AÑO TRAS AÑO
CORRIENDO SIEMPRE
SOBRE EL MISMO VIEJO CAMINO
¿QUE HEMOS ENCONTRADO?
LOS MISMOS MIEDOS DE SIEMPRE
OJALÁ QUE ESTUVIERAS AQUÍ.
A mi gran amiga Gala.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Ella... (let me in the blues) IX
La música ahuyenta el silencio
o lo disimula mejor.
La música es todo
la vida es un gran video clip.
El silencio de mis huesos ásperos
fríos y filosos
esqueletos que bailan el espanto
desesperados
ahuyentan el miedo.
El silencio me da miedo. Ella no lo quiere escuchar.
Prende la música.
Esa música me da miedo.
Ella se llena de miedo, Ella me asusta.
Este domingo dolió
como una trompada a una pared sin ojos
peleando con Ella toda la noche
y no pude matarla.
Aunque quiera no puedo.
o lo disimula mejor.
La música es todo
la vida es un gran video clip.
El silencio de mis huesos ásperos
fríos y filosos
esqueletos que bailan el espanto
desesperados
ahuyentan el miedo.
El silencio me da miedo. Ella no lo quiere escuchar.
Prende la música.
Esa música me da miedo.
Ella se llena de miedo, Ella me asusta.
Este domingo dolió
como una trompada a una pared sin ojos
peleando con Ella toda la noche
y no pude matarla.
Aunque quiera no puedo.
lunes, 10 de noviembre de 2008
Ella... (let me in the blues) VIII
Aquel domingo había pasado liviano y casi desapercibido como una caricia materna sobre un niño ya dormido.
Sin incidentes emocionales, había pasado intacto y era un buen augurio en el devenir de la semana.
Me había dado cuenta de que el domingo era un día crítico.
Ni bueno ni malo, decisivo.
Era un día distinto a todos los demás, había algo extraño, mágico.
Los sentimientos fluían sin límite, el orden era una tela delgada que cubría los pensamientos y las ideas desabrigadas se debilitaban.
La percepción se hacía más aguda, cobraba otras dimensiones
el aire tenía una fuerte carga de angustia que me hipnotizaba.
En ese momento estaba dispuesta a satisfacer mi dolor, a mi ella
a mi agónica niña dormida de llanto, desnuda de asombro, muda, quieta, casi invisible. Ahora ella se hacía presente, crecía para reclamarme, para quejarse, porque yo le había prometido y gracias a eso ella había dormido bajo la espera…
pero yo no había cumplido.
A los niños les encanta la crueldad pero son inocentes
y por haberla traicionado me castigaba obligándome a jugar con ella.
A jugar, a jugar! – me decía ofendida.
Yo no quería contradecirla porque entonces lloraba y lloraba
tan angustiada como un perro viejo y me daba miedo.
Miedo como mi propia soledad cuando se va el sol
y ahoga un grito constante, como golpes de cadenas que quieren liberarse
que quieren romper el silencio desesperadamente.
A ella no le gustaba el silencio, directamente no lo toleraba, no recreaba ningún espacio en blanco auditivo, por el contrario siempre había música en el aire, música como dibujos coloridos, esfumados, que ocupaban lugar en el ambiente.
Las palabras también rellenaban esos vacíos de silencio
creados por pensamientos muy espesos
ella lo notaba en las personas que hablaban de cualquier cosa
como dando manotazos de ahogados
desesperados ante el miedo de sumergirse en la soledad del pensamiento
en las amenazantes aguas de la incomprensión
queriendo reflotarse a sí mismos por medio de las palabras.
Ella no sentía que hablando se combatiera el silencio
por eso yo hablaba poco y la soledad era un lugar muy cómodo para ella.
Sobre todo los domingos cuando ya no había nadie a quien escuchar
yo iba dejando que la música se esparciera por toda la casa vacía.
La soledad era el estado mas preciado por ella
era también un sentimiento muy delicado que yo tenía que cuidar.
Los domingos eran los días de preferencia de la soledad.
Invadía el día entero con esa sensación de extrañamiento
todo volvía a ser cuestionado, la calma era un estado de reposo
de equilibrio entre el placer y el dolor.
Yo tenía que compensar los sentimientos
para permanecer en ese estado de satisfacción constante
y tenía que regular la energía de ella.
Esos días el placer podía desbordar hasta hacerme sentir dolor
o apreciar más belleza de la que estaba dispuesta a soportar
entonces sentir miedo o experimentar tanto dolor hasta disfrutarlo
y convertirlo en placer.
Dolor y placer
dos disfraces del mismo cuerpo
miedo inconmensurable.
Sin incidentes emocionales, había pasado intacto y era un buen augurio en el devenir de la semana.
Me había dado cuenta de que el domingo era un día crítico.
Ni bueno ni malo, decisivo.
Era un día distinto a todos los demás, había algo extraño, mágico.
Los sentimientos fluían sin límite, el orden era una tela delgada que cubría los pensamientos y las ideas desabrigadas se debilitaban.
La percepción se hacía más aguda, cobraba otras dimensiones
el aire tenía una fuerte carga de angustia que me hipnotizaba.
En ese momento estaba dispuesta a satisfacer mi dolor, a mi ella
a mi agónica niña dormida de llanto, desnuda de asombro, muda, quieta, casi invisible. Ahora ella se hacía presente, crecía para reclamarme, para quejarse, porque yo le había prometido y gracias a eso ella había dormido bajo la espera…
pero yo no había cumplido.
A los niños les encanta la crueldad pero son inocentes
y por haberla traicionado me castigaba obligándome a jugar con ella.
A jugar, a jugar! – me decía ofendida.
Yo no quería contradecirla porque entonces lloraba y lloraba
tan angustiada como un perro viejo y me daba miedo.
Miedo como mi propia soledad cuando se va el sol
y ahoga un grito constante, como golpes de cadenas que quieren liberarse
que quieren romper el silencio desesperadamente.
A ella no le gustaba el silencio, directamente no lo toleraba, no recreaba ningún espacio en blanco auditivo, por el contrario siempre había música en el aire, música como dibujos coloridos, esfumados, que ocupaban lugar en el ambiente.
Las palabras también rellenaban esos vacíos de silencio
creados por pensamientos muy espesos
ella lo notaba en las personas que hablaban de cualquier cosa
como dando manotazos de ahogados
desesperados ante el miedo de sumergirse en la soledad del pensamiento
en las amenazantes aguas de la incomprensión
queriendo reflotarse a sí mismos por medio de las palabras.
Ella no sentía que hablando se combatiera el silencio
por eso yo hablaba poco y la soledad era un lugar muy cómodo para ella.
Sobre todo los domingos cuando ya no había nadie a quien escuchar
yo iba dejando que la música se esparciera por toda la casa vacía.
La soledad era el estado mas preciado por ella
era también un sentimiento muy delicado que yo tenía que cuidar.
Los domingos eran los días de preferencia de la soledad.
Invadía el día entero con esa sensación de extrañamiento
todo volvía a ser cuestionado, la calma era un estado de reposo
de equilibrio entre el placer y el dolor.
Yo tenía que compensar los sentimientos
para permanecer en ese estado de satisfacción constante
y tenía que regular la energía de ella.
Esos días el placer podía desbordar hasta hacerme sentir dolor
o apreciar más belleza de la que estaba dispuesta a soportar
entonces sentir miedo o experimentar tanto dolor hasta disfrutarlo
y convertirlo en placer.
Dolor y placer
dos disfraces del mismo cuerpo
miedo inconmensurable.
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