Los domingos no son buenos días para tomar decisiones.
Yo no estoy acostumbrada a pedir opiniones y tampoco me gusta darle a nadie mi propio punto de vista sobre cosas que me son ajenas.
Algo que obtuve desde muy chica fue una capacidad para tomar mis propias decisiones, algo así como seguir un hilo fuerte y dorado que enlazaba cada situación, cada acontecimiento con un destino superior a la comprensión racional que me organiza.
A lo largo de mi vida siempre percibí dos opciones: si o no, derecha o izquierda, arriba o abajo, derecho o revés, y siempre, pero siempre sentí la completa seguridad de mis elecciones, prescindiendo de todo tipo de juicio moral. Los resultados no dependían de mi decisión, eso estaba más allá de mi voluntad.
Yo supe desde pequeña que nunca estaría sola, que Ella no sólo era parte de mí sino que siempre estaba conmigo y por eso nunca creí realmente en la soledad. Ella me hacía sentir parte de un todo, no más importante que un animal, una planta o una herramienta.
Entonces descubrí, tras un manto de silencio, el valor esencial que tenían las cosas que habitaban a mí alrededor.
Empecé a percibir un lenguaje que no siempre tenía sonidos, pero con el que se podía conversar. Era un lenguaje que Ella usaba con el mundo exterior, con las cosas inanimadas en apariencia. Era una comunicación entre energías. Yo aprendí a percibir el significado oculto de las cosas que tenían relación conmigo, de las cosas materiales mayormente. Descifraba el mensaje de los objetos que podía ver o tocar y comprendía cual era la verdadera relación que tenían conmigo. Entendí que tenían una manera muy silenciosa de ayudarme a tomar decisiones. Me ofrecían señales en las que yo podía confiar y eran las únicas que necesitaba para estar segura de mi elección.
Tranquilamente me sumerjo en situaciones, emprendo viajes, me muevo desinteresadamente como las paginas de una revista, confío en mi sonrisa y mis gestos son siempre precisos. Estoy rodeada por una atmósfera familiar, mi andar tiene un ritmo que no desentona con mi voz, todo es una perfecta conexión, no hay casualidad que salpique el paisaje.
Es porque creo que existe un destino que me mueve por el mundo y se refleja en las cosas y en la gente. Pero en esta última es más opaco el reflejo. No tengo tanta facilidad para conjugarme con las personas y a Ella la desorientan bastante. En cada relación aparente creo vislumbrar el brillo de ese hilo que me muestra el destino y Ella acude a las señales que muestran los objetos que me rodean, en esos momentos de confusión.
Con respecto al género humano soy parte de esta condición, por eso repaso para darme valor lo que comparto con esta especie: por empezar el planeta tierra, el espacio físico pero conjuntamente con un momento histórico, es decir en una misma porción de tiempo. Y el tiempo es lo que unifica las cosas creando acontecimientos. Pero a la vez es algo tan propio, tan valioso, que cada persona tiene un ritmo característico muy distinto al de los demás.
Por eso en un vínculo los tiempos se complementan, hacen un único compás.
Compartir el tiempo, era lo que mas me costaba. En el contacto con las otras personas me sentía a destiempo. El tiempo que me poseía era como una marea. Había momentos donde las corrientes eran calmas, ahí las palabras fluían como agua, mis pensamientos eran transparentes y había sabiduría en mis movimientos. De la tranquilidad nacían las olas, al principio creadas por la aventura, pequeñas y espaciadas, de crestas rebeldes y burlonas, que rompían escandalosas contra la calma. Las olas crecían mientras la marea subía, eran repentinas y de fuerte impacto, capaces de arrastrar hasta las profundidades. La marea revuelta predominaba y nadie quería sumergirse en aguas tan espesas.
Era difícil mantener un ritmo calmo y armónico. El mar y Ella tenían el mismo ritmo, por eso yo sentía sobre mí la energía dominante de la naturaleza.
Mi tiempo y su energía estaban regidos por la Luna, quien regulaba mis movimientos de ansiedad o de serenidad. Durante la noche el tiempo cobraba otras dimensiones, los impulsos eran mas intensos, pero el brillo de la Luna iluminaba mis pensamientos, protegiéndome de la oscuridad y era la única que podía decirme que hacer cuando el miedo se apoderaba de mi.
lunes, 8 de septiembre de 2008
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