jueves, 4 de septiembre de 2008

Ella... (let me in the blues) IV

Eran momentos, pero de mucha intensidad.
Brutalmente yo pasaba a un segundo plano, a un refugio de persuasión y cobardía.
Inconmensurable toda ella reaparecía: era un retorno desde el triunfo, decidida a proclamarse como la única e insuperable.
En esos momentos algo cambiaba en mi manera de caminar, los pasos se alargaban como lengüetazas, eran firmes y ruidosos.


Ese día yo había salido bajo la lluvia corriendo por las calles, aterrorizada tratando de esquivar los llamados telefónicos de Franco, quien como novio era parte del pasado pero regresaba como amante itinerante. Realmente era ella quien lo llamaba. Era su caballito de batalla con el que intentaba confundirme. Me atormentaba con pensamiento negativos, me cuestionaba su desaparición comparándolo con un muerto. -Y si no está muerto porqué no lo llamas?- me decía. Y me degradaba hasta lograr hacerme tener conmiseración de mi misma.
Entonces ella agarraba el teléfono y lo llamaba, tenían conversaciones cortas pero concretas donde acordaban lugar y horario de encuentro.

Ese día ella telefoneó a su casa y en el contestador automático dejó dicho que no se sentía bien y que necesitaba hablar con el urgentemente.
En un intento por volver a tomar el control, violentamente forzada ante la situación de tener que hablar seriamente con Franco, salí de mi casa como queriendo huir de mi cuerpo.
En la calle caía una lluvia aguda y constante, yo caminaba rápido pero sin saber para donde. La calle era una incertidumbre y empecé a sentirme mareada.
Ella estaba decidida, sabía donde vivía Franco y sin más me arrastro sobre los pies con su paso firme.

Llego a su casa y tomo el ascensor.
Me declaro en subida permanente.
Soy como la fiebre y en 40 grados llego a la puerta de su casa.
No toco el timbre, golpeo dos veces en seco.
El abre sin saber porque estoy ahí (yo tampoco)
No pude advertirle, no tuve tiempo.
Todavía desde la puerta ella dice
- No aguanto más, necesito que me toques ahora-
y apago el cigarro sin mirarlo.
Asustado me dice que pase.
Entro y me quedo de espaldas a él
no estoy muy segura de lo que voy a hacer
pero estoy poseída.
El se acerca por detrás hasta respirarme en el cuello
buscándome con el olfato como los animales.
Permanezco quieta sintiendo un escalofrío
mi piel se eriza como en alerta.
Despacio me suelta el pelo, eso me alivia.
Tomo aire profundamente, ya no me siento ahogada
quiero girar para ver si sigue asombrado
pero enlaza sus brazos por detrás, reteniéndome de espaldas.
Sus manos rasposas entran por el escote
no tengo corpiño y mis tetas están firmes
me inclino hacia delante para que las agarre pesadas.
Ella le entrega mis tetas que se agrandan en sus manos
calientes como incubadoras.
De mi boca salen palabras que no quería decir
pero yo ya estoy rendida ante ella
no puedo seguir resistiéndome.
El impulso me domina.

Franco tenía una capacidad especial que hacía que ella lo siguiera reclamando. De alguna manera el era el único hombre hasta ahora que sabía diferenciarme de ella y a la vez la respetaba sin cuestionarme. Franco la contenía sin sentirse ultrajado, era como si la entendiera sin darle la razón. Sabía que ella era injustamente caprichosa y había comprobado que no era capaz de enamorarla. Ella era insaciable.

1 comentario:

manuel dijo...

nuevamente

genial!


saludos

m.