miércoles, 13 de agosto de 2008

Agnóstica

Lo sabía.
Haber desfigurado al ídolo me dejó secuelas lunáticas.
Todo empezó con una pequeña reacción de furia bajo la piel.
Cuando se volvió una agresión compulsiva
ya era una comezón crónica.
Entonces pensé que era hora
de contener mis impulsos predadores.
Pero esta vez no pude aguantar.

Asistí a fiestas colmadas de chupacirios
donde lo vi a él bailando con sus esclavas de lujo.
Lo reconocí al instante
por el olor a espermicida que llevaba en el pelo.
En el momento menos esperado
fanática en celo me trepé por la espalda hasta su cuello.
Como un gato rabioso ridiculizada por los invitados
enganche mis uñas y me afile en sus ojos agónicos.
Cuando me supuse agotada de vaciar el desenfreno en su cara
salté con mucha distancia pateando todo lo que se me interponía hasta la salida.
Él cayó de rodillas tapándose los ojos con las manos
el muy dandy en decadencia quiso demostrar coraje
y se negó a llamar a los paramédicos.
Salió a la calle junto a sus gatos paralizados
y se subió a la limusin maldiciendo al sexo de mi madre.
Yo tras una buena dosis de leche fría
acompañada por mis gatos auténticos
acicalé mis manos lamiéndome las uñas.

Tiempo después sufriría daños colaterales
que modificaron mi comportamiento nocturno
(no chupo sangre pero maúllo en los tejados)

1 comentario:

manuel dijo...

"Lo reconocí al instante
por el olor a espermicida que llevaba en el pelo."


estás entrenada para reconocer espermicidas, parece.





{el tejado
como una superficie
supranatural
donde reír último
y mejor.}